¡Bienvenido 2024!
La magia de la última semana de diciembre, nos envuelve cada año para regalarnos días de celebración, nostalgia, esperanza y rituales.
Nos reencontramos con nuestros seres queridos; compartimos conversaciones, abrazos, risas, regalos, deseos y propósitos. Aparece también la nostalgia por el año que termina y la esperanza por el próximo a empezar.
Nostalgia que en muchos casos puede ser mayor porque el fin de este año representa también el fin de la vida en la tierra de alguien muy querido; y claro que esa ausencia duele. Es una pérdida irreparable en la que se añora el tiempo compartido. Y son justamente esos recuerdos los que van a sostener nuestros vínculos con quienes no están más a nuestro lado físicamente porque la muerte no se lleva todo, nos deja los recuerdos que producen diferentes emociones que podemos atesorar en el corazón.
Así transcurren los días y además de las celebraciones y la añoranza, damos cabida a los rituales, la mayoría realizados a la medianoche con mucha fe para ver manifestados nuestros sueños en el nuevo año. Y por supuesto la música y el baile que nos llenan de alegría y diversión.
Son poco más de siete días de fiesta donde celebramos lo que conocemos como “Navidad” y “Año Nuevo”. Con diferentes costumbres pero unidos en un sentir, es decir, en un mensaje de amor, paz y gratitud que nace de nuestros corazones, y nos impulsa a iniciar un nuevo año con la esperanza de cumplir nuestros anhelos, deseos o aspiraciones.
Así se va propiciando un espacio para recordar lo vivido en los meses previos, es decir, un momento de reflexión sobre cómo estamos llevando nuestras vidas, ya sea considerando lo que hicimos o dejamos de hacer, lo que nos gustaría hacer o dejar de hacer, así como lo que hemos aprendido de alguna situación que consideramos buena, mala o incluso dolorosa.
En ese sentido, habiendo vivido un año más de aprendizajes, con cariño y de manera breve, comparto mi reflexión. Para ello, voy a recurrir a un concepto de la sabiduría budista y me tomaré la licencia de hacer una referencia de manera superficial porque es un tema que merece un desarrollo más amplio debido a su importancia. Se trata de la impermanencia, es decir, la idea de que todo lo que existe está sujeto a un constante cambio porque TODO CAMBIA, NADA PERMANECE IGUAL.
Cambiamos nosotros, cambian los demás y la vida nos sorprende con cambios también.
Algunos cambios llegan acompañados de lo que podemos considerar algo muy bueno o especial, ya sea por crecimiento personal, profesional, espiritual, entre otros; y nos producen alegría y satisfacción. Estos serán probablemente los cambios que más deseos tenemos de experimentar.
Pero también están los otros cambios, los que llegarán súbitamente produciendo algo parecido a un temblor en lo que considerábamos tenía cierta estabilidad, ya sea en lo laboral o económico o en nuestras relaciones; en fin, en cualquier ámbito de nuestras vidas. Creando una nueva realidad de la que debemos hacernos cargo, muchas veces buscando apoyo o pidiendo ayuda, que es algo fundamental.
La vida es justamente eso, constantes cambios contra los que no deberíamos mostrar resistencia. Quizás no lleguemos a estar de acuerdo con ellos pero en definitiva debemos aceptarlos como parte de la realidad.
Este nuevo año 2024 no será la excepción y al igual que los años anteriores tendremos que tomar decisiones que nos llevarán a diferentes acciones u omisiones. Adaptándonos o como se dice fluyendo con los cambios.
Además, en el camino aparecerán los aprendizajes acompañados de reflexión, y la autocompasión será fundamental para seguir adelante viviendo nuestras vidas con amor y esperanza.