¿Qué nos sucede frente a la partida de un ser querido?
La muerte es inherente a la vida. No obstante, se prefiere evitar la palabra «muerte» o incluso mantener distancia de cualquier pensamiento que la involucre, con mayor razón si se trata de la partida de un ser querido.
Sucede que la muerte representa una pérdida que podría sumergirnos en una profunda tristeza, emoción de la cual se derivan otras, también llamadas matices de la tristeza, como son: la pena, el dolor, el sufrimiento, el duelo, la desesperación, la desolación, el desconsuelo, la soledad, el abandono, la amargura, la depresión, etc.
Sobre la tristeza, Bisquerra (2015), considera que la misma suele desencadenarse por la pérdida irrevocable de algo que se valora como importante; siendo así la tristeza más grande la muerte de alguien muy querido. Frente a dicha pérdida surge el deseo de permanecer inactivo. Además, la tristeza constituye una llamada de ayuda que busca captar la atención de los demás; siendo la cohesión social y el sentimiento de pertenencia a un grupo formas de afrontamiento de la tristeza (p. 52).
Ante ello, podemos decir que la tristeza aparece como una neblina que se prolonga en el tiempo, afectando nuestra visibilidad del mundo y restándonos entusiasmo. Las ganas no son las mismas, es como si gran parte de ellas se hubieran marchado dando lugar a la desmotivación. Necesitamos conservar las energías que nos quedan y una manera de lograrlo es permaneciendo inactivos.
Aparece también el llanto para aliviar el dolor físico y emocional que estamos viviendo debido a que alguien que nos importa y amamos ha partido. Justamente, es esa pérdida tan significativa la que tanto nos duele. Reprimir las lágrimas como lamentablemente nos han enseñado, terminaría siendo contraproducente.
Por lo tanto, es fundamental identificar dicha emoción, es decir, reconocer que la tristeza ha llegado y está habitando en nosotros. Ello nos permitirá aceptar la pérdida de un ser querido como un hecho de la vida que no puede ser cambiado; para así empezar a procesar, gestionar o regular la tristeza.
Para ello es necesario comprender que la muerte es un destino indefectible; y como tal, nos lleva a experimentar un duelo, es decir, un proceso personal que nos permite aprender a vivir sin el ser querido; pero además en su aspecto social nos brinda la oportunidad de compartir nuestro dolor con los demás, para recibir el apoyo que nos impulse a renovar nuestros deseos.
Al respecto, (Marina, 1995) señala que el ánimo es la actitud sentimental de los comienzos y es también principio de actividad (p. 178). Por lo tanto, progresivamente, cada quien a su ritmo buscando apoyo en su entorno más cercano o de ser el caso apoyo profesional o especializado, irá retomando el contacto con la motivación en su camino de vida. Así, las ganas que se habían marchado, volverán.
Podemos observar entonces, que es valiosa la tristeza porque nos permite elaborar el proceso de la pérdida de un ser querido. Nos ayuda a reconocer cuán importante fue su presencia en nuestras vidas, así como a atesorar los recuerdos de lo que compartimos y aprendimos a su lado. En ese contexto, los diferentes actos simbólicos para despedir a nuestros difuntos son de suma importancia.
Finalmente, conviene tener presente que al igual que el resto de emociones, la tristeza no se puede clasificar en buena o mala, podemos decir que es necesaria para nuestro desarrollo porque en algún momento hemos de experimentar alguna pérdida; y en ese sentido, debemos aceptarla procurando, con todo lo que tengamos a nuestro alcance, que no se vuelva demasiado intensa o duradera. Así, la tristeza nos visitará como una neblina o tal vez más fuerte como una niebla pero luego se desvanecerá o desaparecerá para dar lugar a otras emociones en nuestras vidas.
Bisquerra, R. (2015). Universo de Emociones. Editorial Palaugea Comunicación S.L.
Marina, J. (1995). Ética para náufragos. Editorial Anagrama.